lunes, 17 de septiembre de 2012

Segunda Parte. Garrett Blair: Nueva "vida".

   Se estaba oscuro. Muy oscuro. Apenas podía ver las sombras que mostraba la escasa luz proveniente de una pequeña ventana al fondo de la estancia. Me pregunto si era una producción de mi mente, la cual ahora no encontraba, o tal vez era real. Pero me parecía ver sombras extrañas moviéndose por la habitación. Y con extrañas me refiero a tremendamente inusuales, jamás las había visto antes. No todas eran iguales, algunas se asemejaban a las gárgolas de Notre Dame, otras tan solo eran figuras deformes con ningún parecido a nada que haya visto antes. Pero lo único que todas tenían en común era la sensación que transmitían. El verlas te hería profundamente, pero no una herida física, sino sentimental. Dejaban en ti la misma emoción que compartes al saber de la peor noticia de tu vida. Alguna enfermedad. Alguna inesperada decepción. Muerte.
      Muerte.
     Bruscamente me recosté sobre el respaldo de mi camilla. Notaba cada hueso del cuerpo más que nunca. Pero los notaba doloridos, tanto que podrían considerarse inexistentes. Ignoro como fui capaz de incorporarme a tanta velocidad. 
Antes de continuar pensando, me miré las manos. Pálidas. Más delgadas. Las manos más huesudas que había visto. Y eran mías. Descarté la opción de poderme ver la cara en el reflejo de un espejo, ya que no habría la suficiente luz ni aunque me sentara bajo el ventanuco. Pasé mis manos delicadamente por mis piernas, parecían brazos. Los brazos que yo solía tener, y que ahora no eran otra cosa que dos finos palos ásperos y uniformes. Posé mis manos sobre mi cara. Estaba completamente hundida en mi cráneo. Al principio pensé que no tenía ni un gramo de músculo en ella, hasta que pellizqué la piel y ahí estaba. Mucho menos de lo normal. En general, parecía como si hubiera pasado una eternidad sin comer ni pizca y, a juzgar por la sensación seca de mi boca y mi garganta, sin beber.
     Me volví a tumbar despacio. Miré al techo, repleto de humedad y grietas poco visibles a causa de la iluminación, pero existentes. Cerré los ojos con cuidado y dejé mi mente en blanco por un segundo. Intenté recordar cualquier cosa que pudiera haberme pasado para llegar a tales condiciones, pero por mi cabeza solo pasaban recuerdos felices en los que disfrutaba con mi familia y amigos... Amigos. Pensé en Beck. Recuerdo que algo pasó con respecto a él, pero no conseguía dar con ello. Seguí pensando sin descartar el recuerdo de mi mejor amigo. Sí, mi novia. Por supuesto estaba presente en estos recuerdos, y por supuesto, la sensación de culpabilidad ajena volvía a presentarse con ella. Los enlacé. Probablemente fueron ellos dos juntos los que me hirieron en un pasado, por lo que me los imaginé al lado. Pegados. De la mano. Enamorados.
     Ese era el problema. Engaño por parte de las personas mas importantes que me rodean. Pero hay algo más, algo que corretea libremente por mi mente y que no me deja en paz. Algo en relación con mis mas cercanos familiares. Mi padre y mi... Madre de adopción. La respuesta vino como las moscas a la miel. Otro sentimiento desgarrador arañó mi corazón indefenso de nuevo. El saber que soy adoptado.
Al pensar en el acto de arañar, me vino una rápida imagen a la cabeza. Unos enormes y tremendos ojos rojos muy penetrantes. Eran de una especie de lobo, que se hacía pasar por perro o algo por el estilo, sí. Kibo, creo recordar que se llamaba. El infierno animal. Levanté la fina sábana que me cubría hasta las rodillas y aparté la camiseta  por la zona abdominal. Esperaba ver una enorme raja abierta en canal con sangre por todos lados pero, no encontré nada, para mi sorpresa. Recuerdo perfectamente cómo Kibo me hizo aquella brecha la noche del bosque. Pero ya no estaba. Había desaparecido, como la mayoría de mis recuerdos.

     Tras darle un par de vueltas a todo lo que había analizado, me centré en aquello que no quería pensar. Aquél salto que di desde aquél acantilado. Aquél sueño que se hacía completamente realidad. Recuerdo a la perfección el mensaje que dejé en mi móvil. Pero lo más extraño es que se que morí aquella tarde otoñal. Noté como el aire me consumía poco a poco hasta chocar fuertemente contra el suelo y sentir en los últimos instantes de mi vida cómo me reducía a pedazos. Sin embargo, aquí estaba. Tocando mi piel. Respirando el agobiante y escaso aire que me rodeaba. Moviendo mis doloridas articulaciones con precisión. Cerré los ojos y me convencí de que cuando los abra me despertaría en mi habitación de una humilde casa de un pequeño pueblo a las afueras de Detroit. Que tan solo sería una horrorosa pesadilla, secuela de mi previo sueño suicida.
Pero, al abrirlos lentamente, mis ojos oscuros que brillaban de esperanza solo observaron el mínimo rayo de luz de aquella pequeña y sucia habitación de no se sabe donde.


     Iba a levantarme. Iba a ver en qué hinóspito lugar me encontraba. Empezaba a agobiarme. Las piernas respondían tarde y muy lentamente. Pero algo me paró en seco. Unas voces. Débiles pero constantes que provenían de un pasillo largo al fondo a la derecha de la habitación.
Intenté captar palabras, pero los oídos no hacían correctamente su trabajo, por lo que me incorporé y me senté en el borde de la cama, un proceso que duró más de cinco minutos.

- Sabe cosas, Sean...

Esa voz me resultaba tremendamente familiar, pero gracias a la horrible memoria que tenía en estos momentos, no pude identificarla tan rápidamente.

- Diana, te lo he dicho mil veces. Le da igual lo que pienses tanto tú como él. Le quiere y punto. Y deja de protegerle tanto, ni siquiera es cahín.

La segunda voz me era absolutamente nueva, pero gracias a ella, me di cuenta de que no estaba solo en aquella habitación, sino que mi vecina propietaria de aquél mortífero perro me acompañaba.

- ¡No le estoy protegiendo! Es solo que no quiero que vaya porque estoy involucrada. Y esto me perjudicaría. Si fueras mi amigo de verdad lo entenderías.

Parecía molesta, y eso no me daba buena espina.

- Haz lo que quieras yo sólo te decía que es conveniente que hagas si no quieres arrepentirte, Diana- la segunda voz siguió hablando pero no pude escuchar sus últimas palabras antes de marcharse ya que el estruendo de sus pasos aislaba toda clase de sonido.

     Unos minutos más tarde, Diana corría dispuesta a hacer algo, pero corría en dirección a esta mugrienta y apestosa habitación. Fue en aquél momento cuando me di cuenta de que probablemente olía tan mal por mí.
Diana entró en mi campo de visión y, al ver que estaba despierto y atento a ella, se puso frente a mí, acuclillada y me miró a los ojos, como intentando ver a través de ellos. Ella también estaba más delgada, pero no tan exageradamente como yo. La delgadez no era el único cambio que había experimentado su cara. Tenía profundas ojeras negras y los ojos hinchados y rojizos. La boca la temblaba. Y en ese momento la abrió para decir:

- Garrett, ¿Estás ahí?

No sabía qué hacer ante esta rara situación. Pues claro que estaba ahí. Ella me estaba viendo. De modo que la asentí ya que seguramente no sería capaz de pronunciar palabra.

- Garrett, necesito que vengas conmigo. Necesito que me sigas y que no te pares en ningún momento. Vamos a huir y comprendo que no puedas correr en tu estado, pero por favor, te repito que no te detengas o será el fin para los dos, ¿De acuerdo?

Volví a asentir. Diana tiró de mi muñeca débilmente y con mucho cuidado, tanto que apenas notaba que lo hacía. Me condujo a través del ancho y ruidoso pasillo con una expresión de pánico en el rostro. Me incliné hacia ella para que se fijara en mí. Iba a preguntar cuando se puso un dedo sobre los labios y me susurró:

- Lo entenderás, Garrett. No tengas prisa. Cuanto menos sepas, menos daño te hará.

Ese comentario me dejó aún con más dudas. ¿Quién me iba a causar daño? ¿Por qué huíamos? Y la mayor de todas, ¿Qué estoy haciendo vivo?