Los Cuatro Elementos

Capítulo 4: Luke Sheppard.




El cielo es precioso si lo miras desde la hierba. Respiras el aire completamente. Sientes como la humedad del suelo te sube por el cuerpo, acariciándote la ropa y la piel.
Pero de repente alguien te habla por la espalda y toda esa tranquilidad, toda esa paz y armonía que sentías hace un instante desaparece. Porque esa voz que te habla no es la que te gustaría escuchar. Esa voz es la de alguien mezquino que tan sólo quiere estropearte el día.

- Eh, Luke Sheppariquita- apenas vocalizaba las palabras, pero Luke sabía de sobra qué decía, quién lo hacía y, desafortunadamente, por qué lo hacía-. Te estoy hablando ¿Es que tienes una florecita en la oreja?

No se giró y mucho menos se levantó. Tan sólo le estaría siguiendo el juego y poniéndose a su altura. Debía mantener la calma y olvidarse de él. Como si no existiera. Pero no era nada fácil. Sabía que podía hacerle daño. Sabía cómo hacerle callar la bocaza. Sabía de sobra que podría hacerle ver que no es Sheppariquita.
Pero tenía que controlarse, o todo saldría mal.

- Buah, este tío está escuchando a Mozart o lo que sea esa mierda- hablaba su perrito faldero. Algunas veces se preguntaba quién era peor. Si el que mata a la bestia o el que se hace el abrigo-. Vámonos Mike.

- No tío, quiero darle su merecido. El otro día estuvo hablando con mi hermana. Un buen rato. No quiero que se junte con esta clase de chicas.

- Cállate ya, Mike- no podía permitir que dijera esas cosas sobre su hermana y mucho menos de él. Luke se levantó y se sacudió los pantalones manchados de verde.

- Oh, me vas a decir tú a mí lo que tengo que hacer. Límpiate bien, que te voy a dar una paliza y te vas a quedar como nuevo.

- Mike, no creo que sea el momento...-.

- Déjame Jake. Se apañármelas solito. Si me dices otra vez cuándo tengo que hacer las cosas te parto la cara. Me da igual lo que pienses- Jake se echó dos pasos hacia atrás para dejarle hueco.

- En serio, Mike. Hazle caso. No es el momento, estaba mirando el cielo- Luke se acercó sin miedo a él.
- Mirando el cielo. Luego niegas que eres mariquita tío. En serio ven aquí que te voy a dar una buena- se acercó con el puño cerrado hacia Luke. Este no se movió un pelo. Mike se extrañaba, normalmente la gente huye cuando les va a dar una paliza. Luke estaba clavado en el suelo.
Pero a Mike no le frenó. Embistió a Luke con el brazo tenso hacia la cara, pero se apartó en el último momento y tan sólo dibujó un arco en el aire.
La segunda y tercera vez fue más rápido, y ocurrió lo mismo. La cuarta embestida agarró a Luke por el cuello de la camisa roja con la otra mano le tiró del pelo azabache lo más atrás que pudo.

- Ahora no tienes salida... ¿verdad, pequeña florecilla?- se rió, intentando disimular el cansancio que le había supuesto, ya que no era un adolescente especialmente atlético. Al contrario que Luke, lo que le ayudó a esquivar los primeros golpes. Mike le estaba apretando demasiado. No creía que aguantara mucho más pero debía mantener la calma. No había demasiada gente en el parque. Mike, Jake y un par de niños jugando en el tobogán y el columpio. Debía aguantar un poco más pero, si lo pensaba, sólo estaría devolviéndosela, defendiéndose...

- Te aconsejo que me sueltes- dijo con calma.

- Ya- rió-. ¿Y qué más? ¿Traigo dos silas y tomamos el té?

- Para ser un matón sabes mucho de esas cosas- Luke quería enfadarle. Quería que le atacara bestialmente.
Y como su mente sólo pensaba en eso, no fue difícil.

- Oh Luke, no sabes lo que acabas de hacer- y le tiró al suelo. Iba a echarse encima pero algo le detuvo por detrás. Creía que era Jake, de nuevo diciéndole que hacer y cuando, pero se dio la vuelta y le vio diez metros más lejos, corriendo desesperadamente. Nunca había tenido esa sensación, pero por primera vez, Mike esperimentaba el miedo.

Agarrado a su cintura había una enorme enredadera de las que se posaban en las vayas del parque. Pero no estaba quieta. La planta se movía fuertemente de un lado para otro, intentando mover a Mike fuera del alcance de Luke. La enredadera le apretaba cada vez más fuerte. Cuando consiguió levantarlo del suelo y hacerle volar por los aires más cercanos, Luke ya se había levantado y señalaba la planta con la mano derecha. La controlaba. Era parte de él. Los movimientos que hacía con la mano eran imitados por sus ramas. Mike gritaba pero, si alguien le oía, supondría que estaba haciendo el imbécil. Algo en lo que era un experto.

- ¡Jake! ¡Llama a la policía!- Mike gritaba con todas sus fuerzas, con el aire que la enredadera le dejaba. Luke no podía parar. Sus ojos ya no eran color azul cielo. Ya no eran ese color que tanto le gustaba mirar tumbado en la hierba. Ahora se había apoderado de él el color de la enredadera. Un marrón tronco húmedo y oscuro, con pequeñas manchas que simbolizaban las verdosas y grisáceas hojas de esta.

Jake ya hablaba con el agente cuando Luke se dio cuenta de lo que hacía. Los niños habían parado de jugar para observar la extraña imagen. Un adolescente, la clase de chicos que solían idolatrar, estrangulando a otro mientras que la policía estaba de camino. Echaron a correr.
Jake, tras avisar a la policía se subió a la enredadera para ayudar a su amigo. Luke ya había parado de
señalarla y sus ojos estaban cambiando de nuevo a su color habitual. La enredadera cayó fuertemente al suelo, golpeando a Mike en las costillas y a Jake en el hombro. Este último pudo levantarse, a duras penas. Pero Mike agonizaba a cuatro patas.
Un segundo después, Luke se dio cuenta de la importancia del acto que acababa de cometer. Le matarían.Le encerrarían por monstruo. No era exacto. Lo que sí era seguro es que la enredadera que estaba perfectamente enganchada en la vaya, ahora estaba en el suelo. Los dos chicos que estaban con él hace un momento, ahora estaban malheridos y uno grave. Y la policía se acercaba rápidamente con las luces dando vueltas. Estaba perdido.

- ¡Policía! ¡Por favor! ¡Aquí! ¡Es un monstruo!- Jake le hacía gestos con el brazo bueno. El agente policial se acercaba a toda velocidad. Pero a Luke le dio un vuelco al corazón cuando vio la placa de FBI que este llevaba puesta en el uniforme.

- ¿Qué ha ocurrido?- preguntó con los brazos entrelazados.

- ¡Ese tío de la camisa roja acaba de machacar a mi amigo! ¡Ha cogido la enredadera esa y la ha meneado con la mente! ¡En serio! ¡Le ha hecho algo gordo a Mike! ¡Mírelo!- Jake estaba de los nervios, pero unos nervios muy diferentes a los de Luke. El policía levantó la cabeza y le miró. Llevaba gafas de Sol y su piel morena le dijo que debería tener mucha práctica ya que estaría todo el día en la calle.

- Tú- le señaló con el índice-. Te vienes conmigo. Vosotros dos no os preocupéis, el ambulancia está doblando la esquina. Pero tengo que llevármelo a comisaría. Cuando acabe con él iré al hospital a interrogaros a vosotros dos.

- ¡¿Qué?!- los quejidos de Mike apenas hicieron audible la pregunta de Jake. El policía le puso las esposas a Luke y le metió en el coche.
Luke no era capaz de decir nada. No estaba seguro de si pudiera, pero no sabría expresar lo que ocurrió.

- Bueno chico- dijo el agente del FBI alegremente-. Nos vamos a Manhattan ¿Has estado allí alguna vez?

Luke no era capaz de articular palabra. ¿En serio? ¿Acaso la comisaría estaba en la isla? ¿De verdad que estaba siendo sociable?

- ¿Te ha comido la lengua la enredadera?- rió.

- Perdone, pero no... no entiendo qué significa esto, ¿acaso me está secuestrando?

- Qué bueno, eres el único de los cuatro que me hace esa pregunta- sonrió y le miró a través de las gafas.

- ¿Qué cuatro? ¿A qué se refiere?- Luke alucinaba.

- Ay, sois todos iguales. Con las mismas preguntas. Mira, yo sólo quiero decirte que me hagas caso.
Sabemos lo de tus poderes. Pero tranquilo, nosotros te ayudamos. Te ayudamos a controlarlos y conocerás a más gente como tú. No te preocupes. He informado a el ambulancia y creen que estaban locos o haciendo el bestia con la vaya del parque y se cayeron. No creerán lo que digan.

- No le creo.

- Debes hacerlo, pero si no confías en mí aún, tenemos mucho tiempo de viaje hasta que lo entiendas
completamente, elemento.

Guardó las falsas luces policiales en el asiento delantero y arrancó el todoterreno negro fuertemente.

 

 

 

Capítulo 3: Amanda Wood.

 

Las llamas saltaban como ranas de unas a otras. El edificio estaba completamente ardiendo. Algunas personas habían logrado escapar por las ventanas más bajas, otros habían decicido salir por la escalera de incendios, algo que todos deberían haber imitado de no ser porque un enorme escritorio ardiente había bloqueado esa opción.

Dos simulacros anuales no eran lo suficiente para encargarse de toda aquella parafernaria. Los pocos
que quedaban en la planta más peligrosa estaban gritando fuertemente, intentando pésimamente que alguien les oyese. Los bomberos no tardarían en llegar, si no estaban ya allí. En cualquier caso no daban señales de vida.
Pero los gritos, los llantos, los empujones... nada dejaba concentrarse a Amanda. Lo único que lograban era ponerla aún más nerviosa, aumentando el peligro y las probabilidades de morir quemados. Se tapaba los oídos con una mano mientras que con la otra intentaba frenar las llamas.

Nada daba resultado. Lo había intentado tantas veces y de tantas formas que la obligaban a reconsiderar si habría manera de pararlo.

Fue entonces cuando aquella viga de tres metros de largo se cayó del techo ya que el pegamento y los
tornillos que la unían a la pared se derritieron y ablandaron. Amanda estaba concentrándose sin mucho éxito cuando vio lo que pasaba. Lisa Cudrow, la chica por la que todo empezó, la chica que le puso los pelos de punta a Amanda, ahora iba a ser aplastada literalmente por aquella pesada viga. Corría pasillo arriba pero no lo suficientemente rápido como para salvarse.
Y todo ocurrió muy rápido. Amanda echó chispas al arrancar a correr con tanta velocidad. Las llamas la llevaron hasta Lisa en apenas un segundo. La empujó hacia un lado, teniendo cuidado de no darla contra nada aún más peligroso... y la viga cayó sobre Amanda. No faltó nada para conseguirlo.
Haberse salvado las dos y haber salido ilesas. La golpeó con tal fuerza que se quedó tendida en el suelo. No supo qué más ocurrió después. No supo si Lisa consiguió salir tan sólo con daños menores.

Tan sólo cerró los ojos lentamente mientras la sangre le caía por la cara.





El débil trinar de los pájaros se colaba a través de la pequeña pero luminosa ventana de la habitación. Tenía los ojos cerrados, pero Amanda podía acariciar el suave tacto de las sábanas limpias sobre sus dedos. Si hacía demasiada presión le dolían. Intentó abrir los ojos de golpe, pero esto no dio resultado, ya que los párpados se la caían. No estaban preparados. Inspiró más aire de la máscara de oxígeno que llevaba puesta en la boca y lo intentó nuevamente, esta vez más despacio.
A través de ellos se podía contemplar una estancia blanca. Movió los dedos de los pies para identificarlos mientras terminaba de abrir los ojos. Cuando lo consiguió inspiró nuevamente. Estaba dispuesta a girar la cabeza para observar la estancia completamente, pero el cuello no estaba por la labor.
Frente a ella había una pared con un calendario del año que recordaba, 2012. "Menos mal" pensó. Debajo de él, una cazadora marrón de piel reposaba sobre un sillón azul marino,recientemente cepillado. Intentó ubicar el lugar, y al no conseguirlo, intentó recordar algo reciente. Las únicas cosas que le venían a la cabeza eran: nieve, frío y guantes. El invierno. Pero de pronto algo se le pasó fugazmente por la cabeza.
Una sensación caliente y aterradora.
Llamas. Gritos. Sangre.
Un incendio.

TOC-TOC-TOC

- Hola Amanda- dijo una enfermera, al ver que Amanda había abierto los ojos-. Me parecía haberte visto moverte y he venido a ver cómo estabas- se apoyó en el reposabrazos del sillón azul mientras pasaba las hojas de su expediente.

- Perdona...- se detuvo en seco al oír su voz. Débil y aguda, transformada por la máscara de oxígeno-. Señora...¿puede decirme qué ha pasado?

- Verás Amanda- empezó a decir la mujer-. Hubo un incendio. Un incendio que aún no se sabe cómo se inició. Tú estabas en él.

Amanda guardó silencio. Imágenes sin sentido de gente corriendo, huyendo de las llamas la venían a la cabeza como buitres a una presa. Predecibles pero pacientes.

- ¿Cómo acabó ese incendio?- tosió dos veces tras decir esas palabras, el aire se le atascó en la garganta.

- Amanda, ¿recuerdas algo antes del incendio?

- Sí, bueno. Me acuerdo del frío que hace ahora, en invierno. Me acuerdo de unos guantes que me regalaron hace un par de días- pensó que era una estupidez lo que acababa de decir, pero es lo único que podía decir sin mentir.

- Digamos que has estado unos cuantos meses dormida, Amanda- la enfermera se giró hacia la ventana. Amanda la imitó. Había reparado en el hermoso canto de los pájaros, pero no había mirado de dónde provenían. La ventana mostraba un precioso paisaje otoñal. Las hojas anaranjadas caían dulcemente de los árboles del mismo color. Las personas que paseaban, lo hacían sin chaqueta, pero con un paraguas en la mano.
Otoño.
Habían pasado la primavera y el verano completamente. Las vacaciones, su cumpleaños, celebraciones que antes la parecían inexplicablemente necesarias, y que ahora no la importaban nada.

La enfermera decidió acabar lo antes posible con las malas noticias, por lo que siguió habando antes de que Amanda pudiera hacerlo.

- Amanda, no sólo te has perdido parte del año, sino que algunas cosas antes del accidente, las cosas más recientes que te han pasado, se te han olvidado. Has sufrido una pérdida de memoria cercana. Esa viga que te cayó en la cabeza te dañó interiormente. Lo siento, pero es muy probable que las vayas recordando a medida que las veas.

Amanda se quedó completamente en blanco. Dudó unos segundos si debía decir algo, pero estaba segura de que las palabras no la saldrían ni siquiera en el orden correcto.

- Lo siento mucho Amanda, hemos hecho lo que hemos podido- la enfermera se acercó a ella y la acarició la frente-. Te dejo sola- y salió empujando la puerta débilmente.

Pasaron minutos. La cabeza de Amanda seguía igual de atormentada. Las ideas no se le aclaraban. Los pensamientos y sentimientos estaban en paradero desconocido. El tiempo pasaba igual de rápido, pero las respiraciones de Amanda se aceleraban a medida que se daba cuanta de lo que significaba. No se acordaba. No podía imaginar otra cosa que no tuviera relación con el frío. Ni personas, ni lugares.

Tan sólo aquél dichoso incendio.

TOC-TOC-TOC

Volvieron a llamar a la puerta. Pero la figura que se asomó no era la de la humilde enfermera de antes. Era un hombre. Un hombre alto, moreno y con gafas de Sol, algo que a Amanda la pareció raro, estando dentro de un hospital sin mucha luz amenazando por la ventana.
La primera en hablar fue ella.
- Lo siento. No te recuerdo. De veras, me acaban de decir que he perdido memoria cercana y... tú no me suenas de nada. Perdona.

- No se preocupe, señorita Wood. Usted y yo jamás nos hemos conocido. Es la primera vez que me ve- entró dentro de la habitación.

- Pero, ¿entonces para qué quiere verme? ¿quién es usted?- los nervios se sumaron al tornado cerebral de Amanda y no es una sensación que quisiera repetir.

- Tranquila, no tiene por qué preocuparse. Conmigo, todo estará bien. Me ha costado mucho entrar
sin que me viera esa enfermera de la oficina- y cerró muy despacio la puerta detrás de él-. Sé lo que te ocurre. Sé que no eres la única. Hay más como tú. Y nosotros, te vamos a ayudar. Tan sólo ven conmigo. Créeme.

No le conocía de nada. Afirmaba saber lo que la ocurría, el fuego, las llamas, el incendio. Se presentaba en su habitación del hospital afirmando que jamás se habían visto. Quiere que le acompañe a saber dónde durante nadie sabe cuánto tiempo. Pero aún así, aún sin poder mirar sus ojos a través de esas gafas deportivas, aún sin si quiera saber su nombre... le gustaba la idea.
Sonrió.

 

 

Capítulo 2: Owen Jones.

De nuevo la comida era pésima. El arroz olía a pies de corredor de maratones, las verduras que lo componían no parecían verdes. Owen se preguntaba si alguna vez llegaron a serlo. Dejó el plato en la diminuta mesa, con el tenedor reposando en la esquina de esta. La cama, dura como una piedra e incómoda como dormir en un tronco, permanecía pegada a la pared. Owen decidió tumbarse y dejar el almuerzo para un caso extremo.
Era el último que había entrado en la celda, por lo que aún estaba solo, cosa que no le desagradaba nada. A través de las rejas se podía oír los quejidos e insultos a la comida y a los guardias de las celdas contiguas. Anteriormente, esto era una costumbre de Owen. Siempre se quejaba de toda la comida. Al pasar los días, se daba cuenta de que esos esfuerzos eran en vano.
El techo de la celda, de un oscuro gris, tenía goteras en dos de sus esquinas y lo que parecía algo de moho bajando por la pared. Era difícil concentrarse en otra cosa que no fuera el olor o la imagen de aquello, pero con el tiempo, acabó por acostumbrarse.
Owen estaba pensando en un plan alternativo a las cucharas para salir de ese infierno cuando la sorpresa más inesperda que pudiera existir asomó a través de las rejas: un guardia de seguridad apareció frente a la puerta.
Le miró a la cara con un rostro indiferente y metió la llave en la rendija.


- ¿Otro tratamiento? No es hasta las cuatro- Owen esperaba una respuesta cuando el hombre señaló a su derecha.


- Te vas de aquí- dijo el guardia-. No tienes pertenencias, ¿no?


- No- Owen estaba perplejo. Jamás pensaría que este día iba a llegar y mucho menos tan pronto. Pero, ¿cómo iban sus padres a cambiar de opinión? ¿Por qué le sacaban ahora y no varios meses atrás?

Se incorporó lentamente. Sus ojos verde botella miraban a todos lados. Fueron a parar al guardia por si se diera el caso de que fuera una simple broma y estuviera ahora mismo partiéndose de risa por su expresión. Pero el guardia había abierto la puerta y se marchó hacia el pasillo. Volvió rápidamente, pero un sujeto corpulento le seguía.


- Ahla, yo ya he hecho mi parte- el guardia guardó el manojo de llaves, se frotó las manos y dejó a Owen a solas con el nuevo individuo.
Ambos se hicieron una enorme radiografía antes de mirarse las caras. Aquél hombre llevaba gafas de Sol de deporte, por lo que Owen no podía estar del todo seguro de a dónde miraba. Su piel era de un color más oscuro que el suyo. Tenía cicatrices en la cara. Owen pensó que tal vez por ello se tapaba con gafas, porque tal vez el ojo lo tuviera cicatrizado, o fuera de cristal, o simplemente no tuviera. Eso le provocó un escalofrío que le recorrió toda la espina dorsal.
Un pequeño detalle en el que no reparó hasta que dejó de imaginarse su cara al completo era su vestimenta. Iba completamente vestido del FBI. Era un uniforme limpio pero arrugado y estaba mojado por las lluvias de la calle. Lluvias diabólicamente desgarradoras.


- Bueno, rubito- dijo el hombre por fin- ¿Nos vamos a casa?


- No le conozco- dijo temblorosamente Owen, pero intentando mantener un tono firme en su voz.


- Ya, ya lo sé. Pero yo a ti si- una voz oscura, grave y dura como el acero. Esas últimas palabras hicieron de la pierna de Owen un muelle.


- ¿De qué? ¿Y por qué me saca de aquí?


- Oh, no te preocupes Jones, tendremos mucho tiempo para explicaciones durante el camino. Ahora si no te importa, me gustaría llegar a La Cueva lo antes posible. Hace mucho frío y creo que tenemos empanada de queso para cenar- las tripas de Owen rugieron como un león.


- No pienso moverme hasta que me expliques qué está pasando aquí. Las únicas personas que pueden
sacarme del reformatorio son mis padres o mis tutores lega...


- Tus tutores legales. Exactamente. No ha sido tan difícil, mira, has averiguado tú sólo la respuesta.
Owen mantuvo silencio.


- Mira Owen, yo comprendo que ahora no sea tu mejor momento, pero si sales de la celda y...


- No lo entiendo. ¿Es que han muerto mis padres? ¿Me ha adoptado?- las dudas se arremolinaban en la cabeza de Owen muy rápidamente. Se levantó de la cama y empezó a dar vueltas por la habitación- No lo entiendo.


- Sí y no. Tus padres te temen, Owen. Desde lo que le hiciste a tu hermana ya no confían en ti.


- Yo no le hice nada a Lucy. Jamás le haría daño. Fue un accidente. No sé que pasó, pero ese no era yo. Y si ahora usted está dispuesto a contarme más de lo mismo que me cuentan todos los días, o si solamente se trata de alguna tontería u otra estúpida investigación del FBI que no da fruto ya puede coger y darse la vuelta porque no voy a aguantar ni una más.


- Tranquilízate. Tus padres te dieron en adopción cuando te metieron en esta celda. El mismo día. Claro que ¿quién va a querer a un bicho raro que casi asesina a su hermana, que ya supera los quince años de edad y que además no guarda las formas con las personas que intentan ayudarle?


- Le repito que no soy un bicho raro y que lo de Lucy...


- No tienes que repetirme nada, Owen. Te adopté. Sí. Unos papeles certificados, unos cuantos billetes por ahí, otros por allá... Pero al final esto es lo que obtengo. Un muchacho malcriado, encarcelado, nada divertido y con miedo a seguir a un hombre que le ofrece su libertad.


Owen se paró un instante, reconsiderando lo que acababa de decir. Si cruzaba esa puerta volvería a ver el Sol. Volvería a correr fuertemente y muy lejos sin que cuatro paredes mohosas se lo impidieran. Tocaría el aire puro con sus propias manos. Sería libre por fin, si tan sólo le daba una oportunidad a ese hombre.


- ¿Cómo se llama?- preguntó mirándole directamente al sitio donde deberían estar los ojos tras las gafas. El hombre rió.


- Te lo contaré durante el viaje. Me he recorrido medio país para venir a buscarte y debemos volver a la isla ya. Te aseguro Owen, que no te arrepentirás. Créeme.


Y aferrándose a la idea de que la única persona en la que podía confiar ahora le tendía la mano para ser estrechada, Owen dio unos pasos adelante y salió de la celda. No creía del todo lo que aquél hombre le contaba, pero sus padres no se habían preocupado por él durante mucho tiempo. Ni su hermana. Ni ningún miembro de su familia. Tan sólo ese curioso y musculoso hombre que rebuscaba entre sus bolsillos las llaves de un enorme coche negro. El coche que le llevaría a una vida mejor.


                                                 _-_-_

 

Capítulo 1: Emma Green.



Llovía fuertemente a través de los cristales blindados de las ventanas. El Sol se había ocultado y no parecía estar por la labor de salir. Las luces estroboscópicas del techo parpadeaban cada diez segundos, o al menos eso es lo que había calculado Emma. Estaba desesperadamente aguardando a que algo importante ocurriese. Algo que cambiaría su vida por completa. Algo de lo que ella era completamente consciente, y ansiaba que pasara.

La profesora de lengua y literatura explicaba la sintaxis en las oraciones subordinadas haciendo trazos en la pizarra y provocando chirridos ocasionales con el extremo de la tiza. Emma contemplaba seguramente por última vez a sus compañeros de clase. Se pasaban notas con probablemente la tontería más grande jamás escrita sobre la profesora o incluso de algún alumno presente en el aula, arriesgándose a que la profesora se de la vuelta y lea en voz alta el contenido. Otros se dedicaban a chatear probablemente con el que estuviera al otro lado de la sala a través de su móvil de última generación. Pero Emma tan sólo observaba. Se daba cuenta de las pequeñas cosas de las que en un día normal jamás se percataría, como que la picaba tremendamente el uniforme en la espalda, o que le había salido la primera cana a su maestra de lengua, o que su compañero de pupitre que había estado ignorando los últimos tres años a lo largo de la E.S.O. se dedicaba a tatuarse con el bolígrafo negro un pentagrama desigual en el revés de la mano.

El reloj que colgaba sobre la pared de la pizarra había movido de nuevo las agujas hacia la derecha, pero esta vez era diferente. Ya había llegado la hora que tanto esperaba. Ya eran las doce en punto, ni más ni menos, un cuarto de hora para que llegara el recreo, un cuarto de hora para, en un día normal, haber salido de clase con dinero suficiente para el almuerzo y habría ido a buscar a su amiga de cursos superiores para contarse cuatro chorradas del chico tan especial del instituto de al lado. Pero éste no era un día común.

Empezó a revolverse el pelo castaño lentamente, haciendo pequeñas ondulaciones con su dedo índice. Aunque acababa de mirar el reloj, repetía la acción cada cinco segundos. Llegaba tarde y no podía evitar preguntarse por qué. ¿Se habría echado atrás? ¿Creería que no merecía la pena?

Fue en ese momento, ese mismo instante en el que la autoestima de Emma estaba por los suelos intentando encontrar una razón del retraso de dos minutos que llevaba, cuando alguien llamó a la puerta y su corazón dio un tremendo vuelco.

- Pase- se le oyó decir a la profesora.

En el umbral de la puerta los alumnos observaron una figura tan fuera de lo normal que algunos se inclinaron hacia delante para verla mejor. Un hombre fornido, de cabeza rapada y gafas de Sol deportivas vestía unos pantalones negros y una chaqueta a juego con sus zapatos. A primera vista tan sólo te fijas en su rostro atemorizante y duro, luego te vas dando cuenta del leve moreno de su piel, de las profundas cicatrices en su cara... y de la placa de agente policial que llevaba en el bolsillo superior de la chaqueta.

- Buenos días... agente- dijo tremendamente sorprendida la de lengua- ¿En qué podemos ayudarle?- el miedo, además de en la voz de la profesora, se notaba en las caras de más de la mitad de los alumnos pero, por supuesto, la cara pálida y melancólica de Emma sobresalía de entre todas ellas.

- Vengo a buscar a un alumno- su voz era más gélida que el hielo, más cortante que una daga y más profunda que el mismísimo abismo- ¿Emma Green?

Un inaudible pero existente grito surgió de la garganta de Emma. Su compañero de pupitre la miraba como si fuera a explotar en décimas de segundo. Al principio, Emma no sabía qué hacer; si tirarse por la ventana por lo que se venía a continuación o si llorar hasta que se hubiera ahogado en sus propias lágrimas. Miró a su derecha. El tatuaje del pentagrama se había deformado aún más por el susto que se había llevado el chico y, si se lo hubieran enseñado antes, no sabría decir qué era. El retroceder a sus buenos y bellos tiempos como corriente colegiala la dio fuerzas para seguir adelante con el plan. La dio el coraje que necesitaba para dejar aquella idílica vida y embarcarse en una aventura sin destino definido.

Se levantó lentamente, llamando la atención de absolutamente todos los presentes. El hombre de las gafas de Sol la miraba detenidamente, como afirmándola que todo saldría bien, y que tan sólo tenía que hacer lo acordado.

- Estoy aquí- dijo con un nudo en la garganta y, tras toser añadió:-. Yo soy Emma Green.

- Señorita Green, ¿podría hacerme el favor de acompañarme fuera del aula?- hizo un gesto con las manos señalando al pasillo.

- Perdone, señor agente pero, exactamente... ¿para qué necesita a Emma? Estábamos en medio de una importante explicación de la que seguramente se tendrá que evaluar dentro de una semana y...- la profesora se llevó la mano a la boca. Los alumnos se echaron para atrás en sus sillas y se oyeron gritos agudos de desesperación.

El agente de policía había sacado una pistola y apuntaba a la cabeza de Emma, quien, con sus grandes dotes interpretativos, dio la impresión de que se iba a caer de un momento a otro. Los alumnos se amontonaron rápidamente en un lado de la clase, cubiertos por mesas, sillas y mochilas mientras que la profesora de lengua se quedaba paralizada del miedo y la responsabilidad que llevaba este acto. El agente se acercó rápidamente a Emma y la rodeó el cuello con el brazo mientras que apuntaba a su cráneo con la pistola posada sobre su cabeza.

-¡¡¡No llamen a la policía!!!- gritó-. Como oiga una sirena policial mientras me voy corriendo con la señorita Green, les aseguro que volveré echando leches y os volaré la cabeza a cada uno de vosotros- el sudor perlaba su frente como si de agua se tratase. Emma se había puesto colorada debido a la fuerte presión con la que la sujetaba. Los aspavientos que hacía por respirar no eran actuados, pues la estaba apretando demasiado-. Bien. Ahora que estáis calmaditos, me voy a marchar con la señorita Green, ¿vale? Muy bien. Os informo que un paso en falso, un minúsculo movimiento con cualquier parte del cuerpo y os juro que aprieto el gatillo, ¿de acuerdo?- se iba alejando paso a paso arrastrando consigo los pies de Emma. Era curioso, pero el picor de su espalda aún perduraba.

El agente policial echó un último vistazo a la clase y a la profesora antes de salir pitando al pasillo. Nadie les siguió. Todos permanecieron inmóviles y acongojados en sus sitios, obedeciendo correctamente al falso y sanguinario agente policial.

Ya llevaban recorrido todo el pasillo y bajaban rápidamente las escaleras. Él seguía apretando el cuello de Emma por si algún despistado aparecía y se daba cuenta del farol. Llegaron a la calle y corrieron al callejón más cercano para resguardarse de la lluvia, donde ambos se separaron y Emma se desplomó en el suelo, intentando respirar con normalidad.

- Perdona por apretarte tanto, pero es que si no, no sería creíble- la ayudó a levantarse tras varios minutos en los que mejoraba.

- ¡Serás imbécil!- le gritó fuertemente-. ¡Casi me matas, pedazo de subnormal!- se acarició el cuello rojo para calmar la irritación.

- Ya te he pedido disculpas. Lo importante es que ya estás fuera, que tan sólo la policía te puede buscar a estas alturas y que te pierdes biología- intentó calmarla ofreciéndola una barra de chocolate, la aceptó bruscamente y empezó a comer como si el mundo fuera a derrumbarse-. Bien, el hechizo tan sólo duraba una hora, así que, si queremos dejar rastro del secuestro debemos ir a un sitio con cámaras. ¿Te sabes algún lugar cercano?

- Dos calles a la derecha hay un supermercado- terminó de tragar y continuó hablando-. Podríamos pasar lentamente, como si me resistiera.

- De acuerdo. Pero hay que darse prisa, nos esperan en la Cueva- se quitó las gafas, se secó el sudor de la cara con la manga del uniforme y se las puso de nuevo.

- Vale, pero una pregunta- se paró mirándole con los ojos entrecerrados- ¿La pistola estaba cargada?

Esa pregunta pareció dejarle sorprendido ya que se dio la vuelta, miró la pistola y dijo:

- Ehm... no, qué va. Jamás te pondría en peligro de esa manera, Emma- tosió y salió del callejón con paso apresurado. Emma le miraba de la misma forma que miraba a su contrario en los videojuegos de guerra.

- Ah, qué considerado- ambos siguieron con la mentira-. Menos mal, porque si yo ahora cogiera la pistola- le arrancó la pistola del bolsillo y le apuntó a la cara-, y apretara el gatillo, no pasaría nada, ¿no?

- Emma....- se puso bizco al mirar la pistola que apuntaba a su nariz. Emma se la puso en la mano y se rodeó el cuello con su brazo.

- Más te vale no apretarme demasiado esta vez- dijo divertida-, agente.

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