domingo, 26 de agosto de 2012

Capítulo 4 Garrett Blair (segunda parte): Decepción

     Hoy era el día. Por fin me iban a dar el alta después de estar como una semana en el hospital enchufado a aparatos que no hacían más que ponerme más nervioso aún. Aunque parecía mentira, Scarlet vino a verme. Y Beck. Lo gracioso es que vinieron días diferentes. Como si no fuera ya obvio.

      Pero estaba demasiado hecho polvo como para decírselo, y más en un hospital. No me parecía correcto. El caso es que hice como si nada, les agradecí muchísimo el hecho de que me visitaran. Lo que más me enojó fue que ambos, tenían cara de preocupación. Como si de verdad les importara lo que me pasara. Que probablemente fuera verdad. O tan sólo se sentían culpables y de esa manera creerían que les perdonaría.

     En ese momento mi madre se despertó. Se había quedado dormida en el sofá de la habitación. Me miró y sonrió. Supongo que ella también hacía la cuenta atrás para salir de una vez de este antro.

     - ¿Qué tal estás, hijo?- me pregunto, apoyándose lentamente en la camilla.

     - Feliz, y me encuentro perfectamente- miré debajo de las sábanas. La enfermera me había quitado la venda hace ya dos días, de manera que podía ver la herida perfectamente. Había cicatrizado del todo. El surco que la desgarradora garra de Kibo me había trazado en el pecho aún estaba dibujado, pero seco. Costra. Nada de qué preocuparse.

     - Bueno, me alegro- literalmente se alegraba. Probablemente era la persona que más se había preocupado por mí en estos días-. Voy a ver a tu padre y a la vecina a la cafetería. Le diré a la enfermera que te traiga el desayuno. Luego te veo hijo- y me dio un beso en la frente antes de salir por la puerta y volver a cerrarla en silencio y despacio.

     Una palabra de todas las que mi madre acababa de decir, fue la que se pegó a mis pensamientos, negada a volver a irse.

     Hijo.

     En una semana, Diana me había mantenido ocupado intentando hacer las tareas que llevaba atrasadas mientras que me ayudaba. Ella decía que como no la dejaban ir al instituto aún, no había algo mejor con lo que distraerse en el hospital. De esta manera no había pensado demasiado en cosas externas. Tan sólo unas pocas noches, en las que no estaba lo suficientemente cansado como para dormir al instante. Y la mayoría de esas veces, Scarlet inundaba mis pensamientos. No pensé en aquella reveladora carta hasta este preciso momento.

     Soy adoptado. Pero eso no es lo único. No me lo habían contado. Estoy seguro de que no pensaban hacerlo. No sé si me hubiera gustado que lo hicieran. Jamás lo habría imaginado. Lo peor de todo es que, si no pagaban lo que queda de custodia... El plazo terminaba en tres días. Desde el accidente. Tres días. Había pasado una semana.
    
     ¿Y si no me habían dicho nada por mi estado físico? ¿Y si hoy cuando llegara a casa un hombre me coge y me mete directamente en un coche que me lleva al orfanato? ¿Y si por eso mi madre estaba tan enormemente preocupada? Decidí parar de hacer conjeturas. No son buenas en estos casos, tanto como si piensas en negativo como si piensas en positivo.





     Ya eran las seis de la tarde y yo ya estaba en el coche, de vuelta a casa. Me habían dado una especie de faja para proteger la raja mientras se desvanece. La llevaba puesta y, aunque no era muy cómoda, me sentía más seguro. Mi madre conducía, Diana iba en el el asiento delantero y yo medio tumbado atrás.
     Miraba el barrio, pero era la primera vez que lo veía con otros ojos. No me parecía el típico barrio idílico que siempre me había parecido. Las casas no brillaban con su propia decoración, sino que se imitaban unas a otras. Las calles solían estar vacías, pero al menos, los árboles bailaban y daban color. Ahora parecía como si se hubiera muerto. Incluso la carretera parecía más rugosa de lo normal. Tal vez sólo pensaba eso porque me encontraba mal, pero es lo que mis ojos me transmitían.

     Al llegar a casa todo parecía tan normal como siempre. El coche de mi padre estaba aparcado, porque tuvo que salir antes para ir a trabajar, pero ya había vuelto.
     Acompañé a Diana a su casa. Llevaba la escayola puesta, pero lo que más me importaba era su expresión, que había mejorado. Pese a que Kibo había muerto, su cara parecía florecer de nuevo. Hablamos de ello en una de las tardes en las que estudiábamos en el hospital, pero se mostró muy indiferente, como si ya no le importase. O como si lo hubiera olvidado. Lo único que me dio a entender fue que quería su cuerpo. Al principio me parecía raro, ya que es el perro por el que lleva esa escayola, pero luego empecé a comprenderlo. Kibo será malo. Muy malo, pero sigue siendo su perro. Era mi teoría.

     Entré en casa y cerré la puerta detrás de mí, pero había cosas diferentes. Lo primero era el olor. Diferente, era como estar en un campo de fresas. No era la colonia de mi madre y mucho menos el desodorante de mi padre. Lo siguiente era el perchero. Había más cosas. Me dije que probablemente mis padres hubieran renovado su armario de abrigos, pero cuando me acerqué e identifiqué la cazadora nueva, tenía ese olor. Fresas. Lo último en lo que me fijé era el sonido. Provenía de la cocina. Unas voces, se oían débilmente, pero con claridad. Me asomé a través del cristal, de manera que no podían verme, pero yo a ellos sí.

     Una mujer estaba sentada en una silla, al lado de mi madre. Mi padre estaba de pie, en frente, apoyado en la encimera. La mujer, que era de mediana edad, les hacía gestos con las manos. La conversación no tenía sentido para mí, ya que no la había  escuchado desde el principio:

     - ... y no podemos permitir esto. Si a ustedes les diésemos este trato especial...

     - Pero no es tan especial, tan sólo sería un mes máximo- mi padre nunca había estado tan nervioso. Al menos delante de mí. El sudor le perlaba la frente y su voz apenas era estable.

     - Ya le digo, señor Blair, que el señor Doyle no puede continuar aquí- la voz de la invitada sonó muy firme. Mi madre empezó a llorar silenciosamente y me empecé a sentir angustiado. Tenía que hacer algo. Pero entonces lo vi.

     Ahí, en la mesa había un escrito. Una carta, con un pequeño logo a tres colores en lo alto de esta. El centro de adopción. Entonces todo empezó a cobrar sentido. No habían pagado. Esa señora era probablemente la tal Applewhite, que venía a recogerme. No volvería a ver a mi madre ni a mi padre. O a quienes hasta entonces creía que lo eran. Tampoco vería a Scarlet. Me sentí culpable por no haber hablado con ella antes. Tenía que habérselo contado. Tenía que haber quedado con Beck y ahorrar juntos para la Ducati que tanto ansiaba. Pero probablemente no pasaría. Más bien, seguramente.

     Pero no podía quedarme ahí parado. Sería como una enorme presa indefensa. Sería muy fácil de atrapar. No quería que esto pasara. Quería que todo volviese a la normalidad. Levantarme por la mañana, andar al colegio, saludar a mi novia y a mi mejor amigo, hacerle la pelota al profesor, ganar partidos, temer a la vecina gótica... Caí en que tampoco volvería a ver a Diana. Ni a toda mi familia. Nada sería igual. Todo sería peor, pero... existía una solución. Una sinuosa solución que me llevaba persiguiendo desde hace días. Desde esos sueños tan extraños y realistas al mismo tiempo.

     Corrí dejando la puerta abierta de par en par. El hecho de que me esté dando esta carrera y con tanta velocidad hacía sangrar de nuevo la herida, más levemente, pero ya se podía ver a través de la camisa. El bosque de día era mucho menos tenebroso. Al pasar por el terreno en el que Kibo casi nos mata a Diana y a mí, la idea que me había conquistado la cabeza se reforzó fuertemente.
Llevaba como diez minutos corriendo. Las primeras gotas de sangre cayeron al suelo y las vi al caminar. Empezaba a marearme cuando llegué al acantilado.

     El famoso Acantilado del Caído. Un nombre vulgar, para la tremenda distancia que había del suelo. Un suelo entre dos valles, cerrado pero picudo. El mar se veía muy al fondo y un pequeño lago animaba la escena otoñal. Lo malo es que a mí ya nada podía animarme. Nada podía frenarme.

     Dejé de correr y me paré a unos metros del final. Me miré la camisa, que ya chorreaba sangre, pero noté como, al dejar de correr, no salía más. Me quité la camisa y los zapatos y los dejé al lado de una roca. Me arrepentí de no haber traído papel y lápiz, pero en mi pantalón tenía mi móvil. Lo cogí y, mientras me quitaba los calcetines buscaba el grabador de voz. Pinché en "nuevo" y dije las siguientes palabras:

     - Lo siento- intenté parecer muy fuerte, pero en mi interior, estaba muerto de miedo. Dejé el móvil con la pantalla a punto de reproducir el mensaje encima de mis zapatos y miré hacia delante.

     Con toda la fuerza que pude sacar de mi interior, me adelanté paso a paso lentamente. No miraba hacia abajo, porque sabía con certeza que saldría corriendo, y de verdad que quería hacer esto. De manera que di un giro completo a todo lo que me rodeaba, apreciando cada hoja de cada hermoso árbol. Vi el conjunto de casas del vecindario. No sabía cuánto tiempo me quedaría antes de que vinieran a buscarme, de modo que tenía que hacerlo ya. Me senté y esperé. Me despedí del mundo.

     "Soñé con unas montañas. Pero no estaba en el pico de la montaña, típico sueño de optimista. Estaba en un acantilado. En lo alto de un valle a punto de caer al abismo. No había agua. Sólo caída. Caída libre. Metros y metros. Puede que llegara a un kilómetro. Estaba sentado en la esquina, a punto de caer. No podía controlar lo que hacía. Y en un momento muy agobiante en el que era imposible controlar nada, mi yo totalmente loco se tiró. Se dejó caer a lo más profundo que podáis imaginar. El aire, a kilómetros por hora, pasaba velozmente, rozando fuertemente sus miembros" pero se hizo realidad. Jamás había sentido tanto aire recorrer mi cuerpo. Jamás había tenido tanto miedo y angustia juntos en un mismo día, un mismo momento. Y cuando dejé de mirar hacia arriba, me giré en el aire y, simplemente, morí.

lunes, 20 de agosto de 2012

Capítulo 4 Garrett Blair (primera parte): Decepción.

     La cama estaba tremendamente dura. Nunca me fijo en esas cosas, pero ahora me afectaba más la dureza del sitio en el que descanso que de costumbre. Al abrir los ojos, lo primero de lo que me doy cuenta es el lugar. No sé dónde estoy. Puede que sea un hospital, pero jamás había visto uno desde este punto de vista. La cama está en frente de una bandeja con comida humeante. Puede que fuera el olor lo que me haya despertado. La verdad es que no sé cuánto tiempo llevo aquí. Al atar cabos llego a una conclusión: ¿Por qué estoy aquí?
Intento recordar. Palabras que a una persona en circunstancias normales no significarían nada. Para mí tienen un sentido extraño. Las palabras son extrañas. Poco usuales, como traición, huir, secretos, perro, asesinar... sangre. Sangre. Tobillo. Paseo. Diana.
Diana.

     Me incorporé del asiento pero algo me lo impidió. Tenía varios tubos que daban con mis brazos desde bolsas de suero y sangre. La leve aceleración de mis pulsaciones hizo que la máquina empezara a emitir pitidos. Cortos pero rápidos. Y cuando decidí que lo mejor sería calmarme y pensar las cosas más claramente, una leve voz desde la otra punta de la habitación, en la que hasta entonces no me había fijado, me llamó:

- ¿Garrett?- cuando me giré, en la espalda me dio un tirón monumental, de modo que tuve que identificar a aquella persona moviendo el cuello lo más que podía. Era Diana. Pero no parecía ella.

Desde su rostro hasta sus piernas, todo era diferente. Unas ojeras le habían crecido bajo los ojos, cansados y enrojecidos. Me recordaron fugazmente a los de la señora Kerr. La yugular de su cuello estaba más visible que de costumbre y bajaba hacia su espalda, encorvada. Parecía realmente dolida. Pero eso no era todo. Su pie derecho estaba completamente vendado, escayolado. Había pequeñas zonas tan sólo vendadas aún manchadas de sangre. Eso me lo recordó todo. El perro, Kibo. Su perro. Loco, asesino, con los ojos brillantes y rojos. La había mordido con tal fuerza en el pie que se desangró allí mismo. No fue todo. Después fue por mí.

- Diana... ¿te encuentras bien? ¿que pasó?- mi voz se oía perfectamente. Eso me extrañó, ya que, haciéndome a la idea de lo que Kibo pudo hacerme tras que hiriera a Diana, me esperaba que mi voz hubiera sufrido... cambios.

- Garrett, el perro me mordió el pie y... perdí mucha sangre- seguramente era el motivo por el que estaba tan malherida. Me dieron ganas de levantarme y ayudarla, ya que ella parecía mucho más lastimada que yo y estaba en una silla.

- Pero... ¿te encuentras bien? Es decir, pareces muy herida- no quería decirla que parecía una muerta viviente, pero no podía quitarme los tubos y dejarla a ella tumbarse.

- Estoy, estoy bien. Es sólo la sangre. Tú estás peor. Al menos, deberías- no sabía muy bien a qué se refería, podría ser por las dos malas noticias que no se me fueron un segundo de la cabeza, o podría simplemente ser lo que no sabía, qué me hizo Kibo. Diana entendió mi duda a través de mis ojos y me contó lo sucedido-. Oyeron mis gritos y llamaron al ambulancia y a la policía. Kibo estaba acabando conmigo cuando llegaban, pero no les dio tiempo a cogerte, por lo que Kibo se lanzó a lo primero que vio. Tu pecho. Por eso te duele la espalda. Fue una herida muy profunda y si llega a ser más cercana al corazón...- Diana paró. Contuvo las lágrimas, esperó unos segundos y continuó, más pausadamente-. La policía le mató en cuanto le vieron los ojos. Pero no es culpa suya que... Bueno, eso, no, no viene al caso- y por fin supe la razón de la expresión de su rostro. De su triste figura. Kibo, probablemente el único y más querido perro que haya tenido, ahora estaba muerto. Pero, si lo pienso, no es del todo mi culpa. A Kibo le hubieran encontrado monstruoso de cualquier manera, y tal vez no fuera la policía quien lo hiciera... Hubiera sido un desastre-. Gracias por llamar la atención de Kibo para que parase de morderme. Fuiste valiente. Pero no te has visto la herida- es cierto, no lo había hecho.

     Pero tampoco estaba seguro de hacerlo. Ahí debajo, probablemente estaría la cosa más asquerosa que jamás haya visto. Aunque, tras pasar lo que pasamos con lo Kibo y, ver a Diana prácticamente descarnada... Me levanté la sábana, pero tenía el camisón del hospital puesto. Supongo que sería un nivel más antes de ver mi propio interior. Tiré del cuello del camisón hacia abajo lentamente. No me imaginé que fuera tan grande.

     Centímetros y centímetros. La venda se extendía prácticamente por todo mi costado derecho. Pero supongo que la incisión sería la cuarta parte. O menos. Tal vez sólo lo esperaba.
Seguramente no debería quitarme esta venda, pero el hecho de que tan sólo estuviera agarrada con unos trozos de celofán me daba mayor seguridad. Y allí estaba. La raja más larga estaba en pleno proceso de cicatrización, las pequeñas, provocadas por las otras uñas ya lo habían hecho. Pero no quería mirar fijamente el centro. Era, literalmente, un agujero.

     Profundo, tal y como había dicho Diana. Era como si hubieran metido un cuchillo, le hubieran dado la vuelta y hubieran sacado un trozo de carne. Asqueroso. Doloroso. Pero lo era. Los bordes ya cicatrizaban, y en el centro se había formado una masa de sangre seca con pequeños agujeritos por los que se veía el interior, pero al estar tumbado, nada salía de ellos.

     Al quedarme embobado mirando mi herida, Diana me miraba a mí, preocupada.

- Garrett, hay... cosas de las que hablar. No creo que pueda decírtelas, pero. Verás, esto... lo que ha pasado con Kibo... probablemente se repita. Y no igual, es decir, puede ser más grave y...- me quedé quieto un segundo, luego tapé de nuevo la herida mientras procesaba lo que acababa de decir. Y por último, decidí darle la razón y cambiar de tema. No estaba bien.

- Tranquila. ¿Sabes? Hay una cosa que no me dejaste decirte- lo primero que se me ocurrió, fue decirle la segunda cosa que tenía pensada contarla para desahogarme durante el paseo-. Yo...

- Garrett, eso ahora no...- me interrumpió, y redundantemente, fue interrumpida también. Entró la doctora, lo averigüé por su bata, con unos papeles en la mano y antes de decir nada, Diana cogió las muletas y salió por la puerta tras despedirse rápidamente.

-Bueno, ¿Garrett, no?- dijo, una vez cerró la puerta y se situó frente a mí-. Su amiga está bien, lo peor que puede pasar es que tenga que llevar las muletas más tiempo de lo normal, la carne se regenarará sola- supongo que tenía cara de asustado, porque sería raro que me contara lo ocurrido a Diana, cuando es mi enfermera.

- Gracias- dije, sonriendo.

- Usted está bien, se recuperará rápidamente. Nos ha sorprendido lo rápido que se cicatrizan las heridas. Ha tenido mucha suerte- hizo una pausa y su cara le cambió. como si quisiera saber algo-. Si no le molesta tanto... ¿me podría contar lo ocurrido? Me parece algo de lo más extraño. Ese perro... era aterrador, ¿verdad?

- Tremendamente aterrador-.

sábado, 18 de agosto de 2012

Capítulo 3 Garrett Blair (parte 2): Cambio radical.

     Y decidí darme una siesta. Sí, una cómoda y fresquita siesta. No os lo vais a creer, pero soñé con algo que no tenía nada que ver conmigo. Soñé con unas montañas. Pero no estaba en el pico de la montaña, típico sueño de optimista. Estaba en un acantilado. En lo alto de un valle a punto de caer al abismo. No había agua. Sólo caída. Caídalibre. Metros y metros. Puede que llegara a un kilómetro. Estaba sentado en la esquina, a punto de caer. No podía controlar lo que hacía. Y en un momento muy agobiante en el que era imposible controlar nada, mi yo totalmente loco se tiró. Se dejó caer a lo más profundo que podáis imaginar. El aire, a kilómetros por hora, pasaba velozmente, rozando fuertemente sus miembros. Un segundo antes de hacerme pedazos ahí abajo, un escalofrío me empujó hacia arriba y acabé de pie en la cama, no sentado.
Con las manos en la cabeza y los ojos bien abiertos. Casi me caigo por el impulso. Miré por la ventana y ya anochecía.
Después de comer, me fui a mi cuarto y no hicenada más que pensar en lo que había ocurrido aquella mañana, hasta que se me ocurrió la estupenda idea de dormir.
Probablemente esta noche no pueda pegar ojo.

     Tuve varios momentos de duda durante mi periodo pensativo. El teléfono estaba ahí, quieto, mirándome, insistiendo en que lo descolgara y marcara el número de Scarlet. Pero, no sabría cómo empezar a hablar. No sabría que decirle. Me sentía muy... traicionado. Podría hacer la estupidez de ir a mis redes sociales y cambiar el estado de "En una relación" a "Soltero" pero sería una tonteria. Cuando pensé en el "En una relación" de Scarlet me dieron ganas de vomitar. Porque claramente no era "una" relación. Pero estaba a punto de serlo.

     No sabría que decirle a Scarlet, pero sí a Beck. Me soltaría mucho más fácilmente con él. Siempre lo he hecho, pero parece que se iba a acabar la cosa. Así que cuando me arreglé un poco y volví a ponerme la chaqueta, iba a salir por la puerta. Pero algo me detuvo. Sí, algo detrás de mí, en el perchero. La chaqueta de pesca de mi padre. El bolsillo. La carta.

     Cuando comprobé que ninguno de los dos estuviera en casa, como siempre, me acerqué a ella y cogí la carta. Preferí sentarme para analizarla bien. Parecía algo muy serio. Como ya estaba abierta, no tuve problemas para dejarlo todo como estaba cuando acabase. Deslicé con cuidado el papel fuera del sobre. Por fuera parecía una factura, pero por dentro era todo lo contrario. Era más bien un papel animado, con un extraño logo de tres colores en lo alto. Antes de fijarme de qué era, miré de quién. Una tal Meredith Applewhite. Un nombre poco común, pero pegadizo. Sin saber a qué venía, era extraño que mi padre guardase tan escondida una carta de una mujer aparentemente muy organizada. Y, cuando fui a mirar la compañía... No pude parar de leer la carta:

     Estimados señor y señora Blair:

     Debido a que ustedes decidieron remunerar la custodia de Garrett James Doyle a plazos, se les   permitió acoger al niño. Pero estos últimos meses no hemos recibido ningún ingreso de ustedes, por lo que, si no lo hacemos en la próxima semana, nos veremos obligados a retirar la custodia de dicho niño.

     Atentamente:
     La directora del Orfanato  de Detroit,
                                                                                                  Meredith Applewithe.

     La firma venía a continuación y miré arriba, en la fecha. El plazo casi había acabado. Tres días. Pero... ¿por qué decidieron pagar mi custodia a plazos? ¿no tenían suficiente dinero? ¿cuánto les faltará? Eran dudas estúpidas. La única que de verdad valía la pena hacerse era... ¿soy adoptado?





     Se me olvidó por completo ir a casa de Beck. Mucho menos iría a la de Scarlet. La verdad es que no quería ver a nadie. No quería hacer nada. Quería desaparecer.
     Quince años. Quince años me han ocultado esto. Las preguntas típicas de ¿quién es mi madre biológica? o ¿por qué me abandonó? sabía que ahora mismo no podrían tener respuesta. Pero la pregunta que había rehuido mientras corría calle arriba, hacia el bosque, me perseguía muy cerca, casi andaba a mi paso. ¿Y ahora qué?

     Pensé en llorar. Mi cabeza iba a explotar de un momento a otro así que esta sería mi única oportunidad, pero las lágrimas no me salían. Odiaba a todo el mundo ahora mismo. Odiaba a Scarlet por engañarme con mi mejor amigo. Odiaba a mi mejor amigo por engañarme con mi novia. Odiaba a mis padres por tenérmelo ocultado tanto tiempo... espera... odiaba a mis tutores. Incluso al señor Clapton, que no vendría el lunes, por lo que no podría desahogarme con la única persona que me entendería en estos casos tan pesimistas. Un momento... ¿la única? No creo que lo fuera. Tenía a la mayor pesimista al lado de mi casa.

TOC-TOC-TOC

- ¿Qué haces aquí?- preguntó Diana al verme en la puerta- ¿Es que has encontrado a Kibo?- y el brillo de esperanza que tenía en los ojos desapareció cuando la luz dejó ver la expresión angustiada de mi rostro.

- ¿Puedes dar un paseo?-la pregunté.

- Espera un segundo- cogió su cazadora negra y las llaves y cerró la puerta detrás de ella-. Mi madre se ha ido a la compra. Ahora dime qué te pasa.

- Vamos andando- y eché a caminar por donde iba antes sin esperar a que me siguiera, cosa que hizo ya que no podía perderse esto.

     No habló durante unos minutos, mientras llegábamos al final de la calle para salir al camino del bosque. Pero la curiosidad acabó con ella.

- ¿Por qué quieres pasear por aquí? ¿Qué te pasa para que tengas esa cara? ¿Pasó algo ayer?- decidí empezar por lo más fácil.

- Bueno, si paseo por aquí es porque nada me recuerda a nada. A nada que conozca o que tenga relación con ello.

- Insinúas que... ¿estás harto de lo que te rodea? ¿quieres acabar con ello?- me sorprendió que me comprendiera tan fácilmente.

- ¡Sí!- me emocioné, creía que Diana podría tener una solución a todo esto pero...

- ¡Bienvenido a mi mundo!- dijo, abriendo los brazos ampliamente.

- Oh, vamos- dije, realmente enfadado.

- Bueno, ¿qué te ha pasado exactamente?- parecía más seria, al menos, lo poco más serio que puedes estar después de haber echo eso.

- La verdad es que ha sido todo muy de golpe. Empezaré por lo más reciente, me tiene muy preocupado- no habló, pero escuchaba-. Me acabo de enterar... indirectamente, de que... bueno, me da grima decirlo. Yo, no soy... no nací del vientre de mi madre, bueno del de mi madre biológica sí pero...

- Adoptado- dijo rápidamente. Le agradecí que lo dijera, porque no podía hacerlo yo.

- Sí- pasaron unos segundos, en los que ambos reflexionamos sobre ello-. Y lo peor es que nadie me dijo nada, yo... no sé. Creo que me hubiera gustado saberlo. ¿Tú lo sabías?- esa pregunta se me ocurrió mientras hablaba, sin procesarla, la solté, atendiéndome a las consecuencias de su inesperada respuesta...

- Sí dijo, un poco avergonzada-. Garrett, yo, es decir, pero no lo sabía por tus pa...

- ¿Que lo sabías? ¿Sabías que era adoptado y ni siquiera me dijiste nada?- estaba tan indignado que ni la dejé hablar.

- Garrett te digo que yo...- pero no fui yo el que la cortó. Fue algo, algo unos metros más hacia delante. Sin saberlo y con la charla, nos habíamos metido muy en el interior del frondoso y ahora, muy oscuro bosque. El miedo creció en cada uno de los dos. Esa extraña figura estaba ocupada rebañando Dios sabrá que criatura en el suelo. Pero no era humana, ni mucho menos. Se asemejaba más a un lobo, a un lobo grande, a un...- ¿Kibo?- dijo Diana con una voz apenas audible.

- ¿Qué?- dije perplejo. Estaba empezando a temblar. Y cuando tengo miedo me acuerdo de las cosas más extrañas, las cosas que uno no se espera pensar en esos momentos. Me acordé de las dos cosas que tenía que decirle a Diana, que soy... que soy adoptado y que Scarlet me engaña con Beck. Parece ser que la otra tendría que esperar.

     Diana se acercó al perro. Intenté pararla agarrándola el brazo pero se soltó ágilmente. La hablaba por lo bajo porque no quería que Kibo se enterara... y todo ocurrió muy muy deprisa.

     Kibo se giró y corrió hacia Diana. Pudimos observar sus ojos rojos, brillando con la misma intensidad que lo hicieron en mi sueño. Diana se quedó paralizada al ver la sangre, que caía a borbotones de la boca del perro. Lo peor, es que no era suya. El oscuro animal parecía estar fuera de sí, no parecía ser el mismo que casi me arranca el brazo para que le lanzara la manzana. El problema es que ahora no tenía manzana, y dudo que le atrajese más que nuestros suculentos cuerpos.

- Kibo...- le dijo, como si pudiera entenderla-. Kibo, has de contenerte. Cálmate. Todo va a salir bien. No te preocupes...- pero se lanzó hacia su pierna. La estaba mordiendo el tobillo y ella gritaba más por momentos. Me quedé inmóvil, paralizado por unos segundos, mientras veía a Diana desangrarse por la pantorrilla. Gritaba. Gritaba y lloraba. Y no estaría a punto de ser engullida por su propio perro si no la hubiera traído yo aquí. Yo, que estaba ahora aquí, quieto. He hice lo único que pude hacer. Me quité la chaqueta y la camiseta. El frío me congeló el cuerpo entero, pero mi carne le llamó la atención a Kibo en un segundo. Diana cayó al suelo, todavía muy dolorida, pero, ahora, el que iba a estar como ella, o peor... Era el traicionado adoptado que no debería haber ido al bosque.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Capítulo 3 (Parte 1) Garrett Blair: Cambio radical.

Hoy es sábado. Muchos lo definirían como el mejor día de la semana. Otros como una salida del ciclo de deberes del instituto. Para mí puede que sea el peor día. No me concentro en estudiar los sábados, me los tomo como un descanso colegial. A decir verdad, no me concentro en nada. Puede que sea por eso por lo que los odio, porque me aburro como una ostra.
No sabía mucho de Beck desde que vino a casa para coger los apuntes, pero la verdad, no quería verle. Estaba seguro de que me metería en otro lío de los suyos con el fin de conseguir dinero para la dichosa moto. Los sábados me aburro tanto que hasta me acordé del profesor Clapton. Afirmaban que era una tontería y tal. No vendría el lunes. De eso se podía estar seguro. La que sí que me apetecía ver era a Scarlet. No habíamos hablado mucho esta semana y hace tiempo que no quedamos para dar una vuelta.

Cuando cogí la chaqueta para salir a buscar a Scarlet, algo se cayó de la de al lado. Era la cazadora marrón que mi padre usaba para ir a pescar con sus amigos. Hace una semana que no va, por lo que esa cosa debía de haber estado allí un tiempo. Era una carta, una carta doblada un par de veces de color blanco. A los lados estaba decorada con líneas amarillas. Parecía una simple factura. Pero, ¿por qué tan escondida? Tenemos un cajón especial para ellas, no entiendo por qué ahora se guardan dobladas en chaquetas que apenas se usan. Sí, normal no era. La cogí de nuevo y la guardé como estaba en el bolsillo de su chaqueta. Ahora no tenía tiempo para esas cosas.

No era un día muy soleado. Aunque no fuera común, hacía frío y las nubes bloqueaban el cielo. Llevaba las manos guardadas en la chaqueta y agarraba el interior del forro de los bolsillos con la esperanza de que así me las calentara más. La poca luz de la calle, hacía posible ver perfectamente todo lo que había en ella. Desde los árboles hasta el nombre de los buzones. Me paré en el que ponía KERR. ¿Llamo? No estaba seguro. La verdad, no pinto nada ahí. Ya lo había intentado, y creo que se alegraron un poco. En todo caso, tengo todo el día.

Camino a un paso normal, aún era pronto para presentarse en casa de Scarlet sin aviso. Pero la repentina brisa me obliga a apretar el paso si no quiero morir congelado. El aburrimiento y la perfecta visión de la calle hacen que me fije en cosas que jamás me llamarían la atención: las aceras estaban muy desgastadas. No sé como siendo un pueblo medianamente pequeño, invierten el dinero de los impuestos en arreglar estas cosas; la segunda cosa que vi era que no había nadie. Puede parecer común en un pueblo así pero, un sábado, las cosas son más animadas. Y la última cosa que vi, y será la última por la gravedad de esta, es que había numerosos carteles pegados en farolas y árboles sobre un animal perdido. No cualquier animal, un perro. No cualquier perro, el perro. Negro, enorme y con ojos penetrantes.
Kibo. Se había perdido, o eso me pareció a primera vista. La dirección de Diana estaba apuntada a pie de página y también su teléfono. Pensaba. Kibo no es que fuera un perro muy agradable, puede que yo lo piense porque casi me arranca el brazo pero poneros en la misma situación. El caso es que tenía el número de Diana. Tenía un motivo para hablar con ella. Tenía la broma en bandeja.

- Perdone señor- dijo con la voz que mejor se me da imitar, la del Profesor Clapton, cuando Diana descolgó el teléfono.

- ¿Sí? ¿Quién es?- su voz era más temerosa que de costumbre. Puede ser que se huela la broma... o que simplemente sea así de agradable con las personas desconocidas.

- He visto los carteles, sí, esos en los que describe esa bestia de color negro, temerosa y con ojos hipnotizantes sí. Y he encontrado a el animal.

- ¿A Kibo?- dijo esperanzada.

- ¿Kibo? Hum... aquí no dice que sea Kibo al que me refiero... No... Encontré una foto de una tal Diana Kerr... y era similar a la fotografía del cartel y yo...- aguanté la risa.

- ¿Qué? Vale dime ahora mismo quién eres y dónde estás que te vas a enterar- se oyeron ruidos diferentes a su voz en la habitación. Probablemente estuviera vistiéndose para darme una paliza.

- Ehm... eh...- estaba empezando a acobardarme. El plan que había pensado acababa diciendo mi auténtico nombre, pero ahora...

- ¿Garrett? ¿Garrett Blair? ¡Te vas a enterar Blair!- y colgó el teléfono.

Una chispa de esperanza me decía que tal vez creyera que estaba en mi casa, o en el cartel más cercano, pero no era así. Ya había avanzado dos manzanas y ahora corro por un callejón. No puede saber exactamente donde estoy.
Cuando el miedo deja de apoderarse de mi cabeza, pienso. Es una chica. Me quiere pegar. No me va a hacer nada. Estoy corriendo como un poseso por el callejón oscuro que ni siquiera acorta el camino hacia la casa de Scarlet.
Retrocedí lentamente. Era estúpido que siguiera pensando así. ¿Miedo de Diana? ¿Qué me iba a hacer? Tal vez esto estuviera marcado por lo que pasó aquél día años atrás, pero ya no. Iba a doblar la esquina del callejón cuando me di cuenta de que llevaba el cordón desatado. No es porque me importe, es que le importa a Scarlet. Nunca olvidará el día que se rompió la muñeca cuando iba a hacer una mortal hacia atrás pero claro, llevaba el cordón desat...

-Te cogí-.

Esa voz. No puede ser. Apenas habían pasado cinco minutos desde la llamada. Yo había hecho ese recorrido a paso normal en quince. Ella sabía exactamente el lugar en el que estaba y en mucho menos tiempo. No puede ser.

- ¿Cómo...- no me dejó acabar. Pero me alegro, porque no se la veía con intención de pegarme. Eso sí, llevaba sus Converse negras que no pueden faltar, pantalón negro y chaqueta negra. El look Diana.

- No hagas preguntas tontas. Espera... ah, no puedes- me lo merecía-. El caso es que darte no te doy, pero me vas a ayudar a buscar a Kibo sí o sí.

- Yo iba... ahora mismo no puedo...

- No me vengas con excusas porque no conseguirás nada de nada. La próxima vez piénsatelo antes de hacer tonterías de críos- me agarró de la manga de la chaqueta y me sacó completamente del callejón. Ya me había dado por vencido. Estaba claro que escabullirme no me iba a escabullir.

- Bueno, más o menos ¿cuánto tiempo tardaremos?

- Dímelo tú. Depende de las ganas que tengas de acabar con esto. Cuanto antes lo acabemos, antes te irás. Y yo me quedaré con mi Kibo tan tranquila- se la veía agobiada. Parece ser que su perro era muy importante para ella. No pude decir que no.

- Vale. ¿Por dónde empezamos?- era la pregunta básica.

- Vamos al Este. Creo que hay más posibilidades de que aparezca por ahí.

- ¿Por qué? ¿Cómo se perdió?

- Al parecer se escapó por la noche. El caso es que siempre le ha gustado pasear más bien por el Este de Detroit, no solíamos ir al Oeste.

- En ese caso...- la hice un ademán para que saliera por la no puerta.

Íbamos a paso rápido, como si yendo así de deprisa viéramos mejor al perro. Tal vez así llegó tan rápido. Pero el hecho de cómo averiguó el lugar...

- ¿Cómo sabías donde estaba?- pregunté, interviniendo en el silencio de la calle.

- ¿A dónde ibas tan aburrido?- preguntó ella rápidamente.

- Pregunté antes.

- Las damas primero, señorito Blair- dijo burlona.

- Muy graciosa. Iba a casa de Scarlet- no di más detalles.

- ¿Scarlet? -preguntó interesada.

- Sí. Scarlet, ¿por?

- ¿Es tu novia?- la divertía hacer preguntas privadas.

- Eso no te incumbe- la dije, cortante.

- Vale, Casanova, como quieras- y andó aún más deprisa, pero siguió sonriendo por mi humor.

Yo la imité, de esta manera tan sólo conseguíamos ir aún más rápido y por más que mirara a todos lados, no veía más que basura, casas, hierbajos y a Scarlet. Un momento. A Scarlet. No había nadie en la calle pero justo la persona a la que quería ver está ahora mismo ahí delante. Scarlet y alguien más. Antes de ponerme como loco a mirar, me aseguro de que Diana sigue a lo suyo, mirando por su lado. Entonces me voy disimuladamente más escondido pero con más visión a la izquierda. No me lo creía. Beck y Scarlet. Mi mejor amigo y la que debía ser mi novia. Juntos. No solo juntos. De la mano. Abrazados. Miraban hacia la calle paralela, a punto de cruzar. No podían verme. Pero yo a ellos perfectamente. Debe ser un malentendido. Son Scarlet y Beck. Nunca me harían algo así. La verdad es que siempre les he visto distanciados, Scarlet nunca ha sido tan amiga de Beck como yo. Pero ahora le veo el sentido. Ahora todo cambia.

Cuando desaparecen, todavía juntos, por la esquina, mi expresión debió cambiar radicalmente, porque Diana me miró despreocupada y se asustó.

- ¿Pero qué pasa? ¿Estás bien, Garrett?- mantuvo las distancias. No sé si por miedo a que la gritase o simplemente por que sí. Pero no quería que se enterara. Me la devolvería bien.

- Es que... me caigo y me doy con el bordillo.. y ¡tú ni te enteras!- sonreí un poco y fingí una leve cojera, ya que no me había visto andar aún. Ella se rió.

- Vale, lo siento. La próxima vez te llevo de la manita ¿Tienes hambre o sed? Si quieres paro y te compro un zumito, o una de esas galletas con el Bob Esponja dibujado en la...

- Sí Diana. pillo la gracia- yo no era así pero no estaba para bromas. Además, había mencionado el gesto de llevar de la mano. No iba a soportarlo.

- Tan poco hace falta que me fusiles- y debió de ser el brillo de mis ojos. El brillo que delataba lo que me ocurría. Desde pequeño, ese brillo no me ha dejado hacer trastadas, ni librarme de las cosas que no me apetecía hacer. Pero hasta el momento sólo pensaba que mi madre lo podía ver, ya que ella le puso ese nombre. Al parecer no había dado con otra persona con el mismo carácter para algunas cosas.

- Lo siento- dije, sinceramente-. Es sólo que, tengo que hacer algo. Y tiene que ser ya.

- Como quieras- las dos palabras que menos me esperaba en ese momento que vinieran de esa boca-. Vete a casa de esa chica... ¿Scarlet? Lo que sea. Total, no pensaba encontrar a Kibo hoy. El mismo día que pongo los carteles y... el día que voy en su busca con probablemente la persona más patosa del barrio- me reí por su ingenuidad.

- Gracias, te debo una.

- Ya, no hace falta que me lo recuerdes. Esas cosas no las olvido. Voy al súper a por la comida. Nos vemos- y no esperó a que me despidiera. Se dio la vuelta con la misma marcha y su ser pareció no cambiar en absoluto.

Mientras tanto, yo volvía a la desviación que debía haber tomado para ir a casa de Scarlet pero... ¿Qué iba a hacer? ¿Presentarme allí y descubrir el pastel? Reconsideré la opción de llamarla mientras volvía a casa. Pero no iba a poder hablar coherentemente hoy. Decidí esperarme al lunes. Llegar al comedor y nada, ver cómo va la cosa. Les seguiré el juego para que el día que descubran lo que me han hecho se sientan las peores personas del mundo y les den ganas de... Bueno. Ni siquiera puedo pasar un minuto con Diana sin que me pegue la maldad que lleva dentro. Un escalofrío me recor´rió la espalda y me dio ánimos para llegar lo antes posible a casa. Me estaba congelando poco a poco, y las muertes lentas... no van conmigo.