lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo 2 Garrett Blair (segunda parte): Los del 13

     Tomo el hacha que me tendía Diana por el mango, cuidadosamente, dándome cuenta de lo que iba a hacer. Me coloqué paralelo al árbol y divisé la pequeña ranura que habían provocado los inútiles hachazos de Diana. Era un roble hermosísimo, por lo que empecé a tenerles manía a los del 13. La señora Kerr seguía pálida y se dio la vuelta cuando comprendió que iba a hacerlo. Comencé a hundir el hacha fuertemente tras asegurarme que no había nada que puediera dañar en el espacio en el que iba a caer. La madera era exageradamente dura y a partir del hachazo número cinco se me caían los brazos, pero no podía dejar que Diana se llevara tal satisfacción.
     Al acabar creía que se me caerían o se quedarían pegados al hacha por las manos, pero mis brazos seguían junto a los hombros.
La señora Kerr no aguantaba más y fue a llorar al interior de la casa.
     - Vamos, te acompañaré a la puerta- Diana me agarró del brazo y salimos a la cuesta.
     - Le tenía mucho cariño a ese árbol- dije, intentando sacar un tema que no fuera con ninguno de los dos-, ¿no?
     - Sí... lleva muchos años plantado aquí y... bueno como los vecinos no tienen la cara de presentarse aquí y llegar a un acuerdo porque son unos...- se contuvo-. Quiero decir que han hecho daño.
     Sonreí por el eufemismo. Diana es todo estereotipo, no lo digo para faltarle al respeto, porque creo que no sldría bien parado. Sus ropas negras, maquillaje oscuro y cara de estar continuamente en un funeral, la encierran en una clase de persona inexpresiva y aislada del resto de personas.
Pero la vi estremecerse con el último hachazo.
     - Bueno, que se recupere- dije, al abrir la puerta del jardín-. Y tú también- me arrepentí al instante de haber dicho eso.
     - ¿Qué? Yo no tengo que recuperarme de nada, Blair- y dio bruscamente media vuelta.
     - Hasta otro día, entonces- dije, riéndome entre dientes de su inútil intento de disimular sus aparentes y precedibles sentimientos.

     Me tumbé en el sofá, pero Bones había acabado. El de la pizza no daba señales de vida, y me pregunté si habría venido mientras no había nadie en casa. Pensé en la expresión dolorida de la señora Kerr, en los momentos incómodos en los que estaba cortando aquél precioso árbol mientras me miraba. Recordé el momento en el que huyó dentro de la casa a refugiar sus lágrimas lejos de mi vista.
     Fue en aquél momento cuando me di cuenta del daño que se puede hacer, para no molestarse uno mismo.
     Sonó el timbre y el joven de veinte años aproximadamente, con una despreocupada gorra roja y una caja plana en la mano izquierda apareció en el umbral de la puerta. Al pagarle insistí en que se quedara todo el cambio, al parecer eso le alegró mucho, ya que me entregó con sumo cuidado el paquete. Incluso tocó el claxon cuando se alejaba montado en la moto, por supuesto, también roja.
    
     Asesinar un árbol de apenas treinta años de vida me había quitado el apetito. Se me ocurrió ir a la casa número trece y estamparle la pizza humeante en la cara de la desconocida persona que me encontrara. Pero no solo estaba molesto con ellos. También lo estaba conmigo mismo por haber sido tan sumamente poco comprensivo con la señora Kerr, y, muy a mi pesar, algo grosero con Diana. O al menos eso la había parecido.
     Tomé la chaqueta por la manga y me la puse tras dejar la pizza en el mueble de la entrada. Cerré la puerta detrás de mí y me planté en casa de la señora Kerr. Diana abrió. No me dijo palabra, pero me cuesta creer que, por lo poco que pude leer en su cara, me esperaba.
     La señora Kerr estaba tumbada en el sofá, mirando la pantalla negra de la televisión apagada. Tras saludarla y decirle un puñado de frases sin sentido con intención de consolarla un poco, abrí la caja de la pizza y la tendí un trozo que aceptó agradecida. También se lo ofrecí a Diana, pero prefirió cogerlo ella sola de la caja. No pude repimir una sonrisa, me parecía muy gracioso el hecho de que siguiera enfadada, pero hice lo que pude por ocultarla ya que había venido en son de paz.
     Estuvimos charlando casi dos horas. Empezamos hablando por lo básico, el colegio, las notas, las actividades extraescolares... Pero terminamos haciendo un vudú mental a los vecinos del trece. Me contaron varias batallas que habían tenido desde que llegaron. Lo más feo que hicieron, desde mi punto de vista, es no presentarse para hablar sobre el árbol. Tan sólo dejaron una carta dentro del buzón a la espera de que actuaran.
     Me parece que hice bien en charlar con ellas, tenían el tema del árbol menos reciente. Pero el brillo de los ojos de la señora Kerr no me terminaban de convencer. Diana no estaba tan hostil como solía estarlo. Creo que, de alguna extraña e indirecta manera, me agradecía silenciosamente el gesto. Pero no me acompañó a casa.
   
     Me tumbé en la cama de espaldas a la puerta de manera que podía ver a través de la ventana el mundo exterior. Encendí la radio y escuché un poco de música con un volumen leve. Mi padre, en el coche, volvía a aparcar de la misma manera, cosa que no me extrañó. Los mismos giros, las mismas frenadas, la puerta cerrada con la misma fuerza. Miré el reloj y me di cuenta de que se debía de haber parado, ya que está en la misma hora en la que vi a mi padre aparcar anoche. Tras esperar nada más y nada menos que un minuto, el reloj cambió. Un minuton más. Lo que me llevó a la siguiente conclusión: Todos los días es lo mismo.

4 comentarios:

  1. Hola, soy xSliinee, la de Twitter. He leído los dos capítulos de tu historia y sólo puedo decir: es genial!!!
    Sigue así ;)

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    1. MUCHAS GRACIAS!!! Siento no haber podido contestarte antes!!! GRACIAS DE NUEVO!!!

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  2. saraaa me encantaaa la historia entera, no se pero me da de que diana y garret se haran amigos jajaja
    estoy impaciente esperando el siguiente capitulo!
    un besitoo^^

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    1. GRACIAS EVA!!! ME ALEGRO MUCHO!!! :) un beso!!! gracias!!!

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